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Midas 1


Midas #1

Nunca se supo cuándo comenzaron a llamarlo así, Midas.


Asociándolo al famoso rey Midas de la mitología griega, aquel que todo lo que tocaba se convertía en oro.


Nunca se supo tampoco, cuál era su verdadero nombre, para todo el mundo él era simplemente… Midas. Claro, desde niño -podríamos decir- todo lo que “tocaba” lo convertía en “oro”, y como el oro, Midas era brillante. Su ingenio no tenía límites. Lideraba, siempre, a todos los de su edad y a mayores también.

Se adelantaba a todo, era lo que hoy podríamos llamar un innovador.


Nunca se supo con exactitud su edad. Nació en la década del ’40, esto quedaba evidenciado cuando contaba cuales eran los juegos de su infancia, entre otros, figuritas, bolitas, autitos de carrera que en esa época se acostumbraba a prepararlos artesanalmente. Sobre autitos de plástico comprados en cualquier juguetería se los rellenaba con masilla a la que se adhería tuercas o cualquier elemento metálico que los tornara más pesados. Sostenido con una pinza, se calentaba un clavo en la hornalla de la cocina y con éste se agrandaban los agujeros por los que pasaban los ejes que sostenían las ruedas. Un elástico, insertado también con alfileres calientes, desde el radiador al baúl, pasando por encima de los ejes, hacía las veces de amortiguador. Así se preparaban y quedaban convertidos en verdaderos autos de turismo de carretera. Sobre el asfalto de la calle (hoy sería imposible jugar allí) con tiza se trazaban las pistas con rectas y curvas desde la largada hasta la llegada final.


Los autos preparados por Midas eran imbatibles por lo cual le llovían pedidos de los otros niños para que les preparara sus autos. El pago por su trabajo era en especies; cierta cantidad de figuritas, autos, revistas y todo lo que Midas aceptaba como canje.

Así fue haciéndose “millonario” en juguetes y objetos muy preciados en la infancia.

Los juegos en aquellas épocas eran por temporadas. A la temporada del balero, podía seguirle la del yo-yo, los autitos, los barriletes, los zancos y así sucesivamente. ¿Quién marcaba en el barrio el final de una temporada y el inicio de la otra? Midas. De pronto se lo veía aparecer con un carrito de madera construido artesanalmente. Plataforma para sentarse, los pies sobre el eje delantero móvil haciendo las veces de “dirección”, una soga a modo de rienda para sostenerse, las ruedas… rulemanes en desuso que se “mangueaban” en algún taller mecánico. Este era un juego de a dos, a su tiempo uno conducía el carrito, el otro empujaba. De más está decir que al poco tiempo Midas se aparecía con un carrito al que le había adosado un volante y otros agregados que dejaba boquiabiertos a sus amigos.

Innovaba siempre. Se superaba siempre. Siempre creativo y desafiante.

En la temporada de los zancos se aparecía con unos de más de dos metros de altura. Para subirse a ellos había que encaramarse previamente a un muro.


El mayor capital de Midas eran sus ideas. Éstas eran abundantes y le permitían vivir siempre en la abundancia. Sin lugar a dudas sus valiosos aprendizajes los adquirió… jugando. El niño jugando explora el mundo, jugando resuelve obstáculos, jugando anticipa roles y hace crecer su creatividad. La que le permitirá de adulto, salir de algún encierro en que lo ponga la vida.

Ser un profundo y agudo observador de lo cotidiano, más sus largas horas inmerso en variadas lecturas lo encaminaron hacia una constante reflexión sobre la existencia y sobre sí mismo.

Tuvo muchas “ocupaciones y oficios”, en todos sobresalió gracias a sus brillantes ideas. Siempre generoso compartía sus pensamientos pero a los amigos no les resultaba fácil seguirlo.


“Mirá che, lo único constante es lo inconstante” decía, por ejemplo.


“Nos han inculcado el valor de la perseverancia y está bueno, pero tiene sus peligros, alimenta en el ser humano el miedo a los cambios”.


De manera que Midas fue construyendo su propia filosofía de vida, de otorgarle valor a la fugacidad. Ser perseverante en ir uniendo con un hilo conductor cada instante único y fugaz.


“Mirá che, el que no cambia es un muerto vivo”

Los amigos solían pedirle aclaraciones, mayor precisión, pues era evidente que todos los emprendimientos que encaraba resultaban exitosos de modo que se imponía la necesidad de saber sus “secretos”, la llave maestra que abría tantas puertas.

Por lo general Midas aclaraba sin aclarar demasiado. “El cambio, aventurarse a lo desconocido, a lo nuevo. Atreverse” Podía ser una de sus respuestas. O “Ser constante con lo inconstante”. Con lo cual sus amigos continuaban sin comprender demasiado.


¿Qué significa ser constante con lo inconstante? ¿Cuál es el valor de la fugacidad siendo que nos enseñaron todo lo contrario? Le replicaban.


“Es lo que sucede con los fuegos artificiales, ¿vieron? Son brillantes, deslumbran sus colores, formas y sonidos, pero… son fugaces. En la vida, muchos momentos plenos son como los fuegos artificiales, nos conmueven, nos impactan, pero pasan, a veces… fugazmente. Ahora… ¿desaparecen? ¿O quedan grabados en nuestra memoria?”

Las rondas de café, en el bar de siempre, eran la excusa perfecta para seguir desentrañando los “secretos” de Midas.


“Mirá che, en cualquier cosa que uno emprenda tiene que tener en cuenta cuales son las necesidades que se buscan satisfacer, y para ello hay que conocer la naturaleza humana. Entre tantas y tantas necesidades hay una que a mi modo de ver es fundamental… tener EXPERIENCIAS MEMORABLES.

Y estas experiencias, a las cuales sería mejor llamarlas vivencias no son, nunca lo pueden ser, constantes.

Si ustedes me apuran, me piden más precisiones, debo explicarles que cuando uno ofrece un bien o un servicio, más allá de buscar la satisfacción de una necesidad concreta, lo que debemos ofrecer son sucesos que posibiliten a cada persona vivir experiencias memorables.


Para entenderlo debemos analizar la secuencia de las experiencias humanas:

1) Sensaciones; 2) Emociones; 3) Pensamientos; 4) Acciones.


La sensación se construye a través de los cinco sentidos: vista, olfato, gusto, oído, tacto. Imaginemos que al llegar a este bar percibiéramos que la mesa está pegajosa. La sensación es pegajosa. Pero esto no implica aún, ninguna emoción. De hecho no nos sorprende que una cinta adhesiva sea pegajosa. Pero el contexto hace al texto, de modo que la conjunción entre la sensación pegajosa y la situación de estar en un bar, podría producirnos una emoción: desagrado. Esto da lugar a un pensamiento: “si la mesa está sucia, no me quiero imaginar la cocina”, de modo que quedamos a un paso de la acción: levantarnos e irnos. Toda esta secuencia sucede en unos pocos segundos, sin que seamos conscientes de ello.


De modo que para generar una experiencia memorable y placentera deberemos pensar si nuestras acciones han tenido en cuenta la secuencia que acabo de explicarles”.

Ya no daba para otra vuelta de café, pero al ir despidiéndose, quedaba la esperanza de unir ese momento fugaz, con otro, más adelante, compartiendo los pensamientos de Midas.

Ben Gualid

Enero de 2013


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